Decidí sentarme a escribir a las 8 p.m., pero estoy comenzando media hora más tarde. Es verdad que en estos tiempos existen muchas vías para mantener comunicación, no hay que estar presentes en un mismo lugar, pueblo o país para tener un vínculo con otra persona, sea amorosa, amistosa, laboral o familiar. No obstante, hay momentos donde ninguna de estás vías sirven, no son lo suficientemente fuerte para dar a entender que estás ahí, que estás presente. La carencia de ese contacto físico, un abrazo, una mano en el hombro o, simplemente, estar, es un dolor silencioso que sólo aparece para recordarte lo lejos que estás.
Es la 1 a.m., desperté de la nada y aún tengo la mente dividida entre aquí y allá. Irse del país no es fácil, dejas atrás todo lo que conoces y, la mayoría de las veces, a muchos a quienes amas. Y, con eso, todas las celebraciones y costumbres que llevaban acabo, pero también esa mano extra para ayudar cuando la cosa apretaba. Hay situaciones donde el dinero no es la solución, por lo que, desde la distancia, es imposible ayudar. La mente se divide pensando en cómo seguir el día a día, mientras, a la vez, te cuestionas si deberías estar allá o cómo te las inventas para, al menos, ser un soporte virtual.
Descansé un rato y volví a levantarme a las 5 a.m., en esta ocasión, pensando en cómo los de allá intentan no preocuparte por las situaciones que están ocurriendo. Esa forma de actuar para que uno no pierda el enfoque, pero ocurre todo lo contrario. No solo aumenta la preocupación, sino también las preguntas relacionadas a“¿Cómo sería todo si estuviera allí?”. Hasta que todo cambia cuando preguntas “¿Cómo estás” y responden con la verdad, no esa mentira piadosa de “Bien, todo bien”. En ese momento, aumenta la calma y la frustración. Por un lado, sabes qué está pasando y, por el otro lado, no puedes hacer nada al respecto; sin importar cuantas vueltas se le den al asunto.
Son las 12:30 p.m., hace un rato que enganché la segunda llamada del día, es lo más que se puede hacer. A través de FaceTime, preferiblemente, para observar la más honesta reacción sobre diferentes tópicos. Mientras uno intenta no exponerse para no sumar más peso a la situación, escondiéndose detrás de chistes y chistes y chistes porque la risa y sacar sonrisas es la mejor forma (en mi mente) para sobrellevar desafíos de la vida. Hay espacios para ser vulnerable y espacios para ser fuertes, uno elige el cuándo y el dónde. Desde la impotencia, inutilidad e insuficiencia que se siente estando lejos, ese espacio donde me rompo en llantos lo dejo acá, no allá.
Estuve pensando y dejándome sentir mis emociones, una vez más. Tanto así que continué haciéndolo en mis sueños hasta que desperté a las 4 a.m. para responder a esa mezcla de todo lo que pasó, está pasando y está por pasar. Sólo llevo 2 años en la diáspora y, desde antes, noté cómo cada vez que podemos visitar vemos a nuestros familiares envejecer más. De igual forma, los vemos enfermar y sobrevivir ante las adversidades de la isla. Pero ellos no nos muestran esa realidad, los dos o tres días que pasamos, intentan darnos lo mejor que pueden para que volvamos sin ninguna carga… Hasta que esa ilusión se rompe. Y, aunque sabemos o nos olemos que algo malo pasará, no queda de otra que continuar levándose para ir a estudiar, trabajar y lograr aquello que estamos persiguiendo, cargando con todos estos pensamientos y sentimientos que se inclinan a estar más allá que acá.
Mi libro El bachillerato: Donde todo y nada pasa está disponible en Amazon.
Si te gustó lo que leíste te invito a comentarlo, compartirlo en tus redes sociales y avisar a tus seres queridos sobre la existencia de este newsletter.
Muchas gracias por leerme, te lo agradezco.